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lunes, 19 de diciembre de 2011

prométeme

-Prométeme que nunca te irás- le había susurrado, tras acariciar su delicada mano de violinista, y entrelazar los dedos entre los suyos, repletos de música por descubrir y mujeres que desnudar, que sentir, que acariciar.
Caían gotas de agua demasiado imperceptibles para resultar molestas y la hierba, como consecuencia de estas, estaba ligeramente húmeda. Pero ellos yacían sobre ella, observando las estrellas; sus respiraciones, acompasadas, sus pensamientos, perdidos entre la inmensidad de la noche; sus sentimientos confusos. Borrachos de vino y promesas, contemplaban la belleza del mundo mientras el viento acariciaba sus cabellos, y los árboles, en una melodía dedicada solo a ellos.
Él le había sonreído cariñosamente, tras oír aquella súplica salpicada de desesperación. Era una sonrisa triste. De aquellas que solo se reflejan en quienes pisan sobre seguro y saben la verdad de todo. Era una mueca real, de las que hacían caer precipitadamente a todos los que habitaban entre nubes, rodeados de magia e ilusiones infantiles donde la felicidad es lo primero y poco importa la verdad. Ella, que conocía todas y cada una de sus sonrisas, se estremeció y cerró los ojos, intentando concentrarse en el viento, que golpeaba con más brío y sintiendose, por primera vez, entumecida por la lluvia y el frío invernal.
-Pequeña, sabes que no puedo prometerte nada- respondió muy suavemente, como si en vez de hablar estuviera caminando entre delicadas muñecas de porcelana y no quisiera romperlas- somos demasiado jóvenes.  No puedo prometerte aquello que no podré llegar a cumplir. Yo... simplemente no puedo hacerte creer que siempre me quedaré aquí, siempre, a tu lado. Soy... eres...somos...
-Somos muy diferentes- interrumpió ella.-y estamos destinados a no ser más que futuros recuerdos afilados que se clavan en el alma. Por eso no te pido que me quieras-él abrió la boca, buscando algo con lo que poder contestar, argumentar, huir. Pero ella esta vez no se lo permitió-...digo que no busco que me ames. No quiero que seas mío ni yo tampoco pretendo ser tuya. No somos nada de nadie, tú mismo siempre lo has dicho y yo siempre lo he afirmado. Lo único que quiero es que no me dejes nunca entre las tinieblas de este mundo infernal, porque tengo mucho miedo. Solo te pido, yo solo quiero...
Las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas y pronto las acompañó con sollozos cada vez más profundos. Siempre que estaba ebria, terminaba llorando. Pasaron unos minutos, hasta que no pudo controlar las lágrimas, hasta que no pudo silenciar los llantos. El la había abrazado, le había tranquilizado entre sus brazos, con silenciosas palabras. Y pronto se quedó dormida.
Pero despertó y no estaba allí. Y todo se encontraba tan oscuro... aún estaba caliente el lugar en donde el había pasado toda la noche acostado. Llovía más fuerte y de repente, no pudo soportar el frío.
Corrió y corrió hasta que no pudo más, luego cayó de rodillas y todo se volvió oscuro.
Despertó bajo sus sábanas, debido a sus propios gritos. Pronto vinieron a socorrerla, a calmarla con palabras que sonaban como fruta confitada.
Antes de volver a caer rendida en su lecho pensó en huir al fin del mundo. Sí, allí le encontraría. Se saludarían todas las mañanas y tal vez alguna noche volverían a contar estrellas. Y se reirían de las estupideces que inventaban sobre ellas cuando nada sabían, salvo que eran hermosas y brillaban tan fuertemente como sus ojos. Él tocaría el violín suavemente y ella escucharía su música. Aplaudiría y bailarían bajo la lluvia tatareando estúpidas canciones pegadizas...

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