Las hormonas que fluían dentro de nosotros, en un proceso semejante al de una bomba de relojería a punto de estallar, repetían continuamente a nuestras mentes "Rebélate, rebélate".
Lo más sencillo era dejarse llevar, y nosotros íbamos a contracorriente.
Pero pronto llegaba el arrepentimiento. Y nos despertábamos, desnudos, en una casa desconocida, con una persona que juraríamos no haber visto jamás y sin rastro de nuestras bonitas bragas.
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